Como siempre, cree estar en
posesión de la verdad, por ello trata de imponerla. Juan se presenta como una
persona autoritaria, pero siempre, salvaguardado, por tener la razón. No
entiende como los demás son tan torpes que no lo comprenden. Entonces es cuando
emplea el argumento de la fuerza, imponiendo lo que los otros no entienden.
Llega a tiranizar para conseguir
sus objetivos, que lógicamente, son de las otras personas.
Juan se manifiesta como la otra
gente. Él no se siente con cortapisas para ejercer su razón, esto le diferencia
de los pusilamines, que no son capaces de luchar por mantener viva la opción única,
al fin y al cabo, la real.
Juan se siente el nuevo adalid,
pues observa a las otras personas, como se dejan comer el camino y desvirtuarse
del único.
Tanto sentido da a sus argumentos
que nublan la vista, el oído y resto de sentidos, al proyectar el verdadero
camino.
Sale de su casa camino de una
reunión que se presume caliente, según camina, sus pensamientos van en la forma
de abordarlo. Tan enfrascado va en su tema que no consigue ver una alcantarilla
estropeada, sus pasos se dirigen hacía ella y el resultado es una caída que le
arrastra medio cuerpo al interior.
Las personas que ven la escena se
dirigen prontamente a ayudarlo, pero su pierna se ha fracturado, necesitan
ayuda médica. Por ello se solicita una ambulancia. En espera de ella, sigue
refunfuñando sobre el estado de la acera. Consiguen sacarle y tras colocar en
una camilla, traslado al hospital. El enfermero se cansa de tanto oirle y le
pide que se relaje y descanse, va a tener una buesna temporada de ello. Juan le
mira desafiante y contesta: “Usted tambien”. No se a que se refiere es la
respuesta. Puertas abiertas.
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