Descubriendo quien tiene la razón,
están Juan y Alberto. Cada uno se fuerza en aportar argumentos para inclinar la
balanza de su mano.
Da igual lo que se aporte, la
idea prefijada de cada uno hace obviar la del otro para seguir viendo solo su
verdad.
La ceguera hace que sea un
dialogo de los mismos. Parece como si una capa de cera se instalara en los oídos
de los dialogantes, con resultado: no se escuchan, aumentando su tono de voz. Alberto
llega a mirar con cara de odio a su amigo, que a su vez, refleja el mismo carácter.
La cuerda se está tensando cada vez más. La ruptura parece inminente. Es
entonces cuando Juan dice una chorrada, paraliza y aparece una sonrisa en sus
caras.
Es cuando se trivializa el tema
tratado y desaparece la fricción existente hasta entonces.
Comienzan a bromear sobre la
situación vivida y sienten el cansancio que ha producido la tensión existente.
Abandonan la casa de Alberto y
salen a tomar un poco el aire del parque. Olvidan lo pasado pero reflexionan
sobre como han tensado esos hilos de su amistad.
Juan es el primero en hacerlo y
querer formar un compromiso para que la situación no vuelva a tener lugar.
Alberto reafirma el compromiso y
la reflexión es como se han dejado llevar sin sentido a una situación
debilitante, tal y como lo han sentido corporalmente y psíquicamente.
Según van caminando observan a
una pareja que están gesticulando muy rápidamente, como queriendo aumentar sus
razones, fíjate, comenta Juan, como nosotros, hace unos minutos. Al pasar junto
a ellos, les dice, “tranquilos”, todo es más fácil. El hombre se dirige hacía él,
contestándole de mala manera: Qué sabrás tú.
Pero la situación ha cambiado, ha
desviado su foco de conflicto hacía otra persona ajena.
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