La curiosidad es máxima y alguno
pregunta que viene ha hacer por estás tierras. Alberto responde que esta
buscando un pequeño bosque que esta en esa zona. Como un alivio le responden
que esta a unos cuatro kilómetros hacía el oeste, en la falda de las montañas.
Caras de extrañeza de interesarse
por un lugar al que a penas nadie va, ni se ha interesado por él. A penas unas
decenas de hectáreas es su cuerda pero que se encuentra muy buen conservado, ha
perdido el interés que tubo en siglos pasados donde ocupaba buena parte de las
tierras, hoy dedicadas a cultivo agrícola. Alberto pronto llego al lugar
protegido por las pequeñas montañas y se dio cuenta de lo olvidado que esta
este rincón vegetal. No había restos humanos y el verdor encandilaba. Árboles
de un buen porte sirven de entrada, también ramas caídas dan una impresión de
dejadez en beneficio del mantenimiento vegetal.
Pronto se ven multitud de
plantas, resguardadas por los árboles, dejando un suelo fértil. Un viejo camino
va recorriendo el bosque, hasta unas oquedades en las rocas de arenisca, dejan
mostrar historias para recrear. Junto a ellas un pequeño manantial que brota
entre unas piedras, invitan a sentir su frescor. Cosa que Alberto cae seducido.
En algún sitio había leído la
existencia de este lugar, prácticamente desconocido, para el gran público,
afortunadamente se encuentra bastante intacto.
Por la noche pregunta entre los
lugareños, se interesa por los dueños del lugar visitado. La respuesta es que
son tierras comunales del pueblo pero que sucesos escabrosos fueran como una
losa para su explotación, todos relacionados con la cueva allí existente.
Ni siquiera se recoge madera para
abastecer de leña las estufas y nadie va por allí.
Alberto se pregunta que ocurriría
para declararlo paraje maldito y olvidado.
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