Alberto es un pescador. Cada fin
de semana coge sus utensilios y se va a un río para ejercer su afición.
Toma su coche y se dirige a los
sitios predestinados por otras visitas. Una silla y la mochila con comida son
los otros acompañantes.
No lleva ni lectura ni música. Solo
el silencio es su compañía. Casi le desagrada hablar con otros aficionados,
salvo que la conversación le derive a temas estrictos de la pesca.
Su forma de vida la tiene muy
constituida ha elegido esa forma de vida, un tanto huraña, pero en la seguridad
de encontrarse bien.
Su jornada laboral es monótona, con
el agravante que tiende a desaparecer su
puesto de trabajo. Las nuevas tecnologías hacen su puesto prescindible. Pero no
le importa. Buscara la manera de sobrevivir en una zona rural para hacer que
pueda dedicar más horas a lo que le gusta.
Es curioso porque sus ojos
resultan tan inexpresivos como los peces, sus movimientos también son
tranquilos, como ellos mismos. Pero sin embargo no es un apasionado de la
natación.
Su caña con señuelo, sedal y
carrete son como una prolongación de sus articulaciones.
Alberto no ha tenido su pareja,
pues las mujeres hablan y hablan, perturbando sus espacios de silencio, para él,
sagrados.
Este fin de semana va a un lugar
nuevo que ha consultado por Internet. Al estar más lejos tiene que alojarse en
un hostal. Deja sus pertenencias y no necesita ni el coche. Toma sus utensilios
y busca un lugar en el río, va analizando los lugares. Tiene que atravesar unas
piedras, unos árboles le muestran el camino, pero su mirada esta en el agua,
olvidando lo que le rodea, abstraído continua su camino hasta llega a un paraje,
donde tropieza y como resultado cae dentro de una pecera.
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