Juan tiene un tic que le produce
un movimiento de cabeza brusco, si ya lo sabes no te impresionas. El problema
surge cuando sale de casa y tiene que coger un transporte público, mucha gente
se asusta de esa reacción inmediata y extraña. Es más se deja de hacer lo que
en ese momento se está haciendo, leer, mirar por los cristales o trastear con
el teléfono móvil para observar la siguiente sacudida.
Juan trata de no salir de casa,
pero entiende que tiene que llevar su vida normal, incluso hacer ejercicio físico.
Se ha acostumbrado a las miradas maliciosas, las sonrisas veladas, para dejarle
de importar e intentar llegar con su vida normal. El trabajo lo tuvo que dejar
y eso limito más su ostracismo. A nadie le gusta estar con un ser que se
comporta anormalmente, aunque se trate de una enfermedad neurológica. Los
enfermos tienen que estar en otro plano, donde no se moleste la rutinaria vida.
Su amigo Alberto le dice que lo
que realmente molesta a los otros, es precisamente eso, ser diferente, quita la monocromia, como consecuencia se
lucha por ser original, diferente, aunque les haga pasar por una cortina de críticas,
más o menos caladoras, dependiendo de la persona que lo reciba y su capacidad
de transformación de las mismas.
Juan no termina de entenderlo y
hace movimientos para justificar la acción del tic nervioso, con un resultado
todavía peor. Pero quiere acallarlo, como queriendo manifestar un control sobre
el cuerpo, sin conseguirlo de ninguna manera. Pero es la decisión que ha
tomado.
Alberto se lo ha dicho alguna vez
pero los oídos sordos han sido la respuesta, por ello le acepta como es,
evitando volverse a pronunciar. Quien es él para decir como tiene que
comportarse su amigo. Él toma sus decisiones.
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