Antes de levantarse empezó a
surgir una musiquilla en su cabeza, la letra no tiene sentido pero están en la
misma y se reproducen una y otra vez. Al poner el pie en el suelo comienza a
mover el cuerpo.
No entiende, Juan, pero sigue ese
ritmo instalado en su interior. Como un ser programado va haciendo tareas
rutinarias, tomar una ducha, preparar el desayuno y arreglar la habitación.
Su boca articula las palabras una
y otra vez. No analiza lo que dice pero sigue. Camino al trabajo, como si
tuviera conectado a los auriculares, sigue gesticulando la frase.
Alguna persona busca los pequeños
altavoces para encontrar el sentido del comportamiento de su vecino de espacio,
minúsculo, por la hora del encuentro.
Sube las escaleras con su estrofa
resonando. Enciende el ordenador, teclea las claves de acceso pero algo no
funciona. Automáticamente, entra en pánico, tiene que entregar unos documentos
a primera hora. Su cara toma la forma de enfado y curiosamente desaparece el
acompañamiento que ha tenido durante tanto tiempo. Llama al departamento de informática
en busca de ayuda. Pero la burocracia le absorbe y le lleva a rellenar un
formulario desde el puesto de un compañero. Lo antes posible le llamaran, a
pesar de comunicar que es urgente. Cada uno tiene sus prioridades, por ello,
Juan tendrá que esperar. Como explicarle a su encargado que no ha podido hacer
su orden por un tema de ordenador.
Juan se sienta a esperar y comienza
a entender que ha amanecido con una frase, pegadiza pero discordante. Como una
antesala de lo venidero. Quizás es una señal de lo acaecido.
A las once de la mañana se le da
turno de reparar su equipo desde una posición remota. Ya no hace falta, pero
atiende el desbloqueo, que le van facilitando telefónicamente.
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