Subieron al autobús hablando, se
olvidaron de saludar al conductor. Se juntaron en uno de los asientos que
pueden ir los cuatro. Y siguieron su animada charla. El tono no bajo, con lo
cual hacían participar de la conversación, que a nadie interesaba, pues se
trataba de otros amigos comunes. Quien leía, tuvo que dejarlo, pues envolvía la
atención del resto de viajeros. Cuando a las pocas paradas emprendieron camino
a la salida, fue como si respiraran. Pues la atención ya no estaba allí.
Los viajeros se miraban unos a
otros como sintiendo la liberación de unos pesados. En la nueva parada subieron
una joven que acompañaba a una anciana un poco sorda, con lo cual se volvía a
repetir la escena. La anciana preguntaba una y otra vez una pregunta que ya fue
respondida. La muchacha alzaba sus ojos hacía arriba, como queriendo manifestar
la mucha paciencia que tenía.
La parada llego para ellas y de
nuevo la sensación de alivio, pero no duro mucho unos jóvenes que salían del
instituto, habían acabado con la ley del silencio lectiva y tienen ganas de
hablar sobre cualquier cosa, pero siempre en tono alto. De nuevo la paz se ve
perturbada hasta la parada final, donde bajaron como cabras libres.
El señor mayor situado en la
primera fila de asientos, espero el abandono de los zagales. Mientras su cara
representaba la tranquilidad, del sentimiento, tenido por personas jubiladas. A
pesar de poseer tiempo, ahora tienen que moverse lentamente, pues sus miembros
ahora ya no son tan dinámicos.
Poco a poco baja del medio de
transporte y, ayudado, por su bastón, encamina su camino hacía su cercana casa.
Han sucedido tantas cosas en su trayecto que él solo estaba mirando en los
diferentes paisajes para descubrir donde tiene que apearse, sin más.
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