Mateo descubre su pasión por la
flauta travesera. Compro una de segunda mano. Se apunto a aprender su funcionamiento con un
flautista que ofrece cursos a quien quiere. Lo hace en un local insonorizado
para no molestar a sus vecinos.
Con sus ahorros hizo su sueño,
aprendiendo las primeras formas, la postura y a distinguir notas que den paso, al aprendizaje de la música.
Después del trabajo acude a este
lugar y con otros tres jóvenes comienzan a dar las primeras notas, tan monótonas
como esenciales. Va tres veces en semana, pero quiere aprender lo más rápido
posible, por tanto, pide a su profesor si puede ser todos los días. A lo que
acepta.
Cuando llega a casa limpia con
una gamuza el cromado y lo hace con tal gusto que llega a sentir el instrumento
como un medio de su vida.
Busca partituras en Internet y
los fines de semana se va al campo, con su mochila y comida. Bajo un árbol da
los acordes repetidos, hasta alcanzar el tono necesario. Repite una y otra vez
para buscar la armonía.
Las horas le pasan rápidamente.
Hace su trabajo, pero su
pensamiento esta en ir al instructor para preguntarle dudas. Esté se da cuenta
de la impaciencia de Mateo y le comenta que los primeros pasos los tiene dados
ahora solo es practica y decisión, sin miedo a equivocar, pues de esos errores
sale una música más precisa.
Cada vez que sopla, la misma,
siente que algo suyo esta dando a esa armonía. Sus pulmones sienten la sintonía
y su piel tiende a vibrar de igual forma. Consigue el equilibro del viento
expulsado por su boca y la forma en que las manos se mueven entre las teclas. Está
entusiasmado y cree haber encontrado el equilibrio necesario en su vida.
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