Construimos una vida y nos
asentamos en ella. Víctor y Juan son dos hermanos que han superado la edad de
jubilación, pero no quieren dejar de trabajar, su argumento es: ¿que hacemos,
sin trabajar? Cuando se les enumera las oportunidades de hacer otras cosas,
bajan la cabeza, como no queriendo oír lo que se les expone. Su idea es
continuar hasta que no se pueda más, ambos son conductores, con lo cual la
perdida de reflejos es manifiesta, pero se tapa con las jornadas, pasadas
frente al volante, sin ninguna incidencia, ni pequeño accidente.
Los dos hermanos no están a gusto
en casa, aunque lleven una normalidad con sus mujeres. Ya los días de libranza
conllevan un problema como para añadir todos los días. En el caso de ellas, también
son un estorbo en su terreno, construido día a día.
Aunque de caracteres distintos,
ambos han desarrollado la tozudez, cualidad que les aísla más.
Hoy están colocando un calentador
cuando el peso del mismo, desequilibra al mayor, estando subido a una escalera.
La caída ha sido lo suficiente para erosionar una ceja, empieza a manar sangre
abundantemente. Víctor se asusta, pero afortunadamente, parece que solo es esa
herida. Trata de taponar la herida con papel higiénico. Y con la ayuda de un
trapo de cocina, se dirigen a un ambulatorio hospitalario. Al llegar a
urgencias, la gente se moviliza rápidamente por el impacto que tiene la sangre.
Las curas se hacen con rapidez
pero una angustia ha quedado en la mente de los dos. ¿Como contaran a sus mujeres el accidente? La respuesta que recibirán
es que ya no son jóvenes para hacer esas cosas, lo cual cuestionara su forma de
vida. Y es el miedo de enfrentarse a esa realidad que nunca quieren ver. Un
aposito en la frente
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