Juan es un hombre que perdió su
trabajo, su casa y su familia. Desde entonces se pone en la entrada de un
supermercado y deja que la gente que entra y sale le deje dinero para seguir
viviendo. Ha rechazado ofertas de trabajo eventuales, no quiere renunciar a la
cierta comodidad de vivir, de esta manera.
Vive en una habitación alquilada
junto a cuatro personas más. La situación de sus compañeros es similar, entre
todos juntan un dinero semanal, para pagar los gastos y la comida. Pero
diferentes personas, significa diferentes formas de ver la vida, con lo cual
los acuerdos son difíciles. Solamente en el pago semanal de los gastos comunes
están de acuerdo. Los habitantes van cambiando con relativa frecuencia.
Juan cuenta con personas que le
dan todos o casi todos los días, pero existe uno que le da semanalmente veinte
euros. El primer día su reacción fue de un profundo agradecimiento, tanta
cantidad, no es normal. Pero la habitualidad se convirtió, para él, en una
especie de impuesto, con lo cual ya ni sale la palabra gracias de su boca.
La sorpresa vino cuando le
entrego un billete de diez euros, ya se extraño y pensó mil conjeturas sobre la
rebaja.
Al mes la aportación bajo a cinco
euros. Ya se encontraba molesto por el descenso de la aportación. La sonrisa le
desapareció de la boca y ni siquiera le daba las gracias. Pensaba que era un
traidor.
Un buen día vagabundeando por las
calles se encontró con el mismo, ya hacía semanas que no iba por el
supermercado. Fue a saludarle, realmente estaba indignado por su bajada de
ingresos y le pregunto: ¿hace mucho tiempo que no te veo?
He perdido todo, ahora busco como
subsistir como tu. Busco vivienda y forma de vivir, como tú.
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