Siempre se busca a otra u otras
personas para culpabilizar de lo que nos sucede a nosotros. Como queriendo
eludir nuestra responsabilidad.
Cuando estamos tristes, doloridos
o incluso enfermos buscamos a extraños como los autores de nuestros males. A
veces, nuestra ceguera, lo transforma en forma de virus o bacterias, cosas sin
entidad, pero que ahí están.
Una vez de quitados de culpa nos
encontramos mejor, y tenemos a un o unos
autores de nuestro estado de desconsuelo, de malestar. Pero esa mejoría se
transforma en lamento. Que tenemos que transmitir a los demás para saber el
motivo por el que me encuentro mal.
Este estado de lógica nos abruma
y soluciona pocas cosas. El único responsable soy yo, esto acapara una situación
ingobernable. Ya la razón montada hasta ahora se desmorona, y ahora ¿que hacer?
Una vez que se monta un edificio,
en área prohibida, tenemos que proceder a desmontarlo, con el mismo entusiasmo
que lo construimos. Pero con la seguridad y la experiencia de saberlo como
hacerlo. No habrá sido tiempo perdido, sino un mayor conocimiento.
Las viejas formas de construir se
modifican, al igual que las nuevas formas de escribir o leer, han cambiado.
No es necesario seguir viendo
caras grises al cruzarnos con personas en las ciudades, la alegría de superación
marcara nuestros nuevos rostros, porque seremos los protagonistas de nuestra
vida, no los acompañantes o los espectadores, de nuestra realidad.
Al entender la vida como nuestra
responsabilidad, estaremos en el camino de sentirnos autores,
independientemente de nuestros éxitos o nuestros fracasos.
Sino veo, o no oigo el problema
es mió. No de los huesecillos auditivos o del nervio óptico. Tendremos que
analizar que es lo que no quiero ver u oir. Es lo que forma nuestro deterioro.
Al igual que nuestras articulaciones, miedo a avanzar.
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