Ana se levanta temprano, quiere
dejar las tareas de la casa hechas, antes de salir a la calle. Recoge las
bolsas de basura y sale por la puerta, bolso y bolsas parecen una tarea difícil
de combinar, pero se apaña para poder abrir las diferentes manivelas, casa y
portal. Los contenedores están en la esquina, parece que todos han tenido la
misma idea a la misma hora, hacen una pequeña cola mientras, un vecino agarra
la tapa para facilitar que se vayan desprendiendo de sus inmundicias, alguno
hasta da las gracias, pero otros parece como si fuera un cargo municipal,
sueltan la bolsa y casi, salen corriendo a sus quehaceres matinales.
Ana agradece el compromiso del
vecino y como con las manos, sucias, busca un pañuelo de papel para retirar los
adheridos. Con ella se deshace la fila y la función ocasional del servidor.
Busca una papelera donde dejar el
pañuelo y parece más liberada, tras dejar los bultos.
Un poco más arriba ve a otra
mujer con dos bolsas grandes de basura, se adelanta y la abre la gran boca. Agradecida,
le comenta que la faltaban manos, par llevar a cabo su trabajo.
Una sonrisa cómplice, termina el
encuentro. Parece como una liberación el desprenderse de lo que no te vale en
tu día a día. El pensamiento que la viene es la cantidad de cosas que
necesitamos para hacer nuestra vida.
Envoltorios, y cosas que no
tienen sentido, como el papel que envuelve a algunas naranjas, sin saber para
que. Cualquier objeto se le guarda con claro ejemplo de aparentar un regalo. En
algunos para llevar la información nutricional, como si las naranjas o el pan
tienen que decir que llevan añadidos, para convertirlos en otra cosa.
Surgiendo dudas sobre la vida que
llevamos. Ana mueve la cabeza.
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