Juan ha visto tantas películas de
aventuras, ha leído tantos libros de las mismas que le surge una duda. La vida
que lleva es anodina. Esta manera de ver las cosas le lleva a un sentimiento
frustrante de todo lo que le rodea.
He hecho viajes para sentir ese
sentimiento, pero lo más que ha conseguido es ser un turista.
Se ha metido por senderos en
busca de esos alicientes, que le permitan encontrar ese espíritu motivador.
Juan busca el sentido de su vida,
desplazándose por ver vidas totalmente extrañas a la suya propia.
Un día va a un parque y se sienta
en un banco, recibiendo el sol invernal. Un hombre mayor se agacha frente un
matorral y permanece durante diez minutos observando el arbusto.
Intrigado espera que se vaya para
ir a observar a que prestaba tanta atención. Cuando se levanta el hombre, se
levanta como un resorte y va al mismo lugar. Tras una mirada general, ve una
pequeña flor morada de un color muy intenso. Es muy atractiva, pero haber
mantenido la atención durante tanto tiempo, le parece excesivo. No entiende el interés
mostrado por esa persona ante una minúscula flor.
Pero Juan acaba de entender que
la visión de otras personas, difiere, en mucho a la nuestra. Y para ese señor
la aventura es contemplar la belleza de una flor fija en el seto de un parque.
Redescubre una manera de ver las cosas diferente a todo lo que ha acumulado en
su interior, de lectura y visionado de películas.
Ese hombre contemplando la
naturaleza de su entorno, sin la necesidad de ir a países exóticos. Es la señal
para comprender la visión de la vida, de otra manera a la creada por el mismo.
A la mañana siguiente, a lo
mejor, copia la postura.
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