Con su gabardina de color crema,
pasea a lo largo de la corta calle. Un puro en la boca, no siempre encendido,
le acompaña. Como un león encerrado sale de su casa para estar en la calle. Como
mucho va a la tienda por pan y leche.
Sus horas de comida, a la una y
media, son sagrados, pase lo que pase estará sentado en su mesa y las nueve,
pero es cuando el sol se mete, cuando le produce desasosiego y torna a su casa.
Juan es un jubilado, retirado del
ejército, donde aprendió a mandar y a obedecer. Donde el sentido de las normas
le marco, grandemente.
Juan observa más que habla,
porque cuando lo hace es una profunda critica hacía todo. Ana su mujer ha
tenido problemas de pleura, por lo que evita fumar en casa. Por eso su revancha
cuando sale a la calle.
Su vestuario se completa con un
sombrero, le hace falta algo en su cabeza, para seguir siendo lo que ahora no
es.
El estado de salud de Ana es
bastante malo y un día decide bajarse del tren de la vida. Su hijo mayor lo
hizo hace unos años.
Al verse solo compro el billete
que había cogido Ana y fue en un mes cuando cogió el mismo tren.
No quedaba nadie a quien ordenar,
a quien compartir sus humores negativos, por ello toma el mismo transporte.
La calle ha dejado de ser la
misma, es como si un vigilante, hubiera desaparecido de la misma, como si una
estatua andante mas o menos fea o bonita, dejara de estar en el entorno.
Sabia a que hora llega el
cartero, el camión de la basura. Todo aquello que sucede en la pequeña calle.
La iglesia que da una misa por su
alma, llena.
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