lunes, 1 de agosto de 2016

EL LOCAL DE LOS OIDORES




En la parada de autobús siempre hay tiempo para comentar muchas cosas, desde la tardanza del mismo, hasta boletines meteorológicos, todos muy bien informados, incluso minuto a minuto, gracias a la tecnología del teléfono móvil. Pero cuando se ha vencido el miedo a establecer la primera comunicación entonces ya se puede decir cosas que necesitan ser contadas, aunque al interlocutor solo asiente con bajar y subir la cabeza.
Realmente es tan grande la necesidad de comunicarse que se emplea cualquier situación. Juan y Carlos se dieron cuenta de ello entonces buscaron un local para convertirlo en centro de escuchas, como si de un confesionario fuese. Habilitaron dos habitaciones, con la suficiente luz e insonorización y pusieron un precio razonable de escucha, de media a una hora, siendo prorrogable sino hay mas comunicantes, ha una pequeña sala de espera donde muchos aprovechan a hablar y si los oidores tardan mucho pues ya han hecho su terapia con los otros congregados.
Ambos han cuidado que en el local se encuentre a gusto la gente que acude. En un cartel a la entrada fijan que ellos no pueden solucionar nada ellos solo pueden ser el amigo que les escucha, no les pueden pedir más, ellos ponen su tiempo y su local para hacer una función de confesionario.
Es una idea nueva, lo cual puede ser un fracaso o estar llenos. La sorpresa es que desde el primer día comienzan a tener clientes. Y alguno se convierte en fijo, admiten que no les resuelven nada, pero que cumplen el papel con el que se han presentado en el barrio y mucho más barato, que ir al psicólogo o a un echador de cartas.

Ellos no prometen nada, ningún resultado, nadie les puede exigir que solucionen los problemas de los demás. Pero cumplen su papel.

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