Ana es una mujer bastante
intolerante, tiene sus ideas muy claras y todo aquello que no entra en sus
esquemas mentales, lo rechaza y hasta produce un sarpullido. Por ello evita
sitios y situaciones en las que pueda sentirse mal.
Sin darse cuenta ha ido colocando
un montón de fronteras que la limitan y, por supuesto, la aíslan cada vez más.
Empezó a sentirse mal con algunos
alimentos pero siguió con las relaciones con conocidos.
Ella se siente con una necesidad
social, pero siente un rechazo por otras personas, como si la ignoraran. Lo
cual le produce una sensación de angustia como la que puede sentir un niño al
que nadie le habla e ignoran que esta allí.
Ana quiere que esto no ocurra
pero no se da cuenta la cantidad de barreras que va colocando en su vida. A efectos
de otras personas la ven como si tuviera un saco puesto por encima de ella, la
ven como un bulto. Al fin y al cabo somos lo que proyectamos, y nosotros
recogemos lo que sembramos. El mundo exterior solo recibe lo que nosotros
mandamos de nosotros.
Ana no consigue entender estas
cosas por ello sigue más aferrada a sus principios y como consecuencia, cada
vez se encuentra peor. Física y mentalmente, los sarpullidos cada vez aparecen
con más frecuencia, las digestiones son lentas y un picor de rechazo a todo y a
todos, son las consecuencias, que va sufriendo en su cuerpo de su manera de
entender la vida.
Solo hablando en un banco de un
parque con una mujer mayor entendio las claves para intentar hacerlo de otra
manera, las palabras le llegaron como un rayo de luz en la penumbra que había
convertido su forma de ser, en una autentica cueva, llena de estalactitas y
purulencias fétidas.
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