Juan tiene dos hijos y deciden ir
con su mujer al zoológico de la ciudad. Como cada sitio nuevo se presenta una
excursión para sus hijos, donde llevaran la comida y su cámara de fotos. Es
acontecimiento para los niños, pues los pocos animales que conocen son a través
de la televisión o películas.
Hoy hace un día soleado y es
bueno llevarlos a conocer a los animales.
Toman el coche y se dirigen al
aparcamiento exterior. Algunos coches ya han llegado pese a la temprana hora,
pues la apertura es a las diez de la mañana. En tanto dan una vuelta donde se
ven jaulas con animales que descubrirán dentro. Los chavales se ponen nerviosos
y ya toman fotografías.
Cuando faltan cinco minutos van
hacía la entrada, donde se ha formado una cola de cincuenta personas, alguien más
tuvo la misma idea, de ocupar a sus chicos.
Algunos puestos de venta de
cacahuetes y chuchearías animan al consumo.
Por fin la fila se pone en
movimiento y según van pasando les van haciendo una fotografía de entrada al espectáculo.
Reciben un plano donde descubrir el emplazamiento de los diferentes animales. Se
agolpan para ver donde están y surgen los primeros deseos de ver primero. Juan
les indica que hay un circuito principal, de allí irán descubriendo los
diferentes seres.
De primeras no se observan las
jaulas sino fosos encajados, se han eliminado en esta primera parte, la sensación
de prisión, tan negativa emocionalmente, pero en el recorrido descubren las
mismas en zonas de aclimatación, los niños comienzan ha hacer preguntas. Sobre
si pueden tocar a los animales o la cara de tristeza que reflejan los monos. A pesar
de su edad, descubren el sufrimiento del encierro. Hasta que llegan a la zona
de los acuáticos donde se nota menos.
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