Parece
como si fuera un factor adverso, no estamos acostumbrados a mojarnos si llega
la lluvia, nos refugiamos y hasta evitamos salir para no sentir las gotas en
nuestro cuerpo o ropa. Curioso que busquemos la ducha como forma de limpieza y
evitemos el agua del cielo como algo adverso.
Entornamos
los ojos para que las gotas no penetren en ellos, incluso la boca hace que los
labios se sellen. La aparición de paraguas, impermeables dan un nuevo color al
paisaje monocorde, hasta botas de agua aparecen en los pies de las chicas.
Curiosamente
la luz disminuye, por ello, te hace interiorizar más. Las calles se llenan de más
coches, al ponerse en funcionamiento otras unidades que si no lloviera no
saldrían. Pero una vez más el miedo a mojarse hace que saquemos nuestros
escudos protectores, la pregunta sigue siendo de ¿que o de quien? necesitamos
defendernos.
Es
algo tan extraño como el agua que compone nuestro cuerpo o forma parte de las
tres cuartas partes del planeta o quizás más.
Cuando
algo resulta tan imprescindible y nos defendemos de ella, algo dice que no
estamos haciendo mal. En el bolso de muchas mujeres se guarda una botellita de
dicho elemento, pero que no esté controlado como la que cae con diversa
intensidad del cielo, tal vez el problema este en el control, queremos tener
todo bajo supervisión y cuando surge de manera espontánea o de la aproximación
de una borrasca que desencadena la llegada de gotas más o menos intensas. Nos
lleva a la parálisis y si la misma es intensa descubre las fisuras en las
diferentes instalaciones de las ciudades o las precarias canalizaciones en las
zonas rurales.
La naturaleza va pasos delante
de nuestro control o planificación, dejando nuestras bases, descubiertas. Por
tanto, desnudos y eso no
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