jueves, 11 de febrero de 2016

UN DÍA DE LLUVIA




Parece como si fuera un factor adverso, no estamos acostumbrados a mojarnos si llega la lluvia, nos refugiamos y hasta evitamos salir para no sentir las gotas en nuestro cuerpo o ropa. Curioso que busquemos la ducha como forma de limpieza y evitemos el agua del cielo como algo adverso.
Entornamos los ojos para que las gotas no penetren en ellos, incluso la boca hace que los labios se sellen. La aparición de paraguas, impermeables dan un nuevo color al paisaje monocorde, hasta botas de agua aparecen en los pies de las chicas.
Curiosamente la luz disminuye, por ello, te hace interiorizar más. Las calles se llenan de más coches, al ponerse en funcionamiento otras unidades que si no lloviera no saldrían. Pero una vez más el miedo a mojarse hace que saquemos nuestros escudos protectores, la pregunta sigue siendo de ¿que o de quien? necesitamos defendernos.
Es algo tan extraño como el agua que compone nuestro cuerpo o forma parte de las tres cuartas partes del planeta o quizás más.
Cuando algo resulta tan imprescindible y nos defendemos de ella, algo dice que no estamos haciendo mal. En el bolso de muchas mujeres se guarda una botellita de dicho elemento, pero que no esté controlado como la que cae con diversa intensidad del cielo, tal vez el problema este en el control, queremos tener todo bajo supervisión y cuando surge de manera espontánea o de la aproximación de una borrasca que desencadena la llegada de gotas más o menos intensas. Nos lleva a la parálisis y si la misma es intensa descubre las fisuras en las diferentes instalaciones de las ciudades o las precarias canalizaciones en las zonas rurales.
La naturaleza va pasos delante de nuestro control o planificación, dejando nuestras bases, descubiertas. Por tanto, desnudos y eso no

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