El
carro del supermercado, indebidamente cogido para ir recogiendo la chatarra que
se aloja en los diferentes contenedores de basura, en las diferentes calles.
Hoy tiene una nota de color, un ramo de rosas de plástico, compite con los
grises y los cromados que se alojan en su interior.
Está
en medio de la acera esperando que su conductor vuelva de comprar algo de
comida en una tienda de alimentación. Toca reponer fuerzas. Ha dejado unos
guantes, que en su tiempo eran cerrados y tenían un color más claro. Un gancho
de hierro con el que facilita atraer los objetos que se encuentran en la parte
baja de los contenedores y un gorro de lana, con utilidad de quitar el frio y
evitar tiznarse con la basura orgánica. Una bolsa acoplada a la parte donde se
ponen las manos, sirve para alojar objetos más delicados. Con la caída de la
tarde hay más objetos, pero el frio reinante aleja hasta la mañana siguiente.
En un mismo barrio se llegan a contar veinte visitas diarias, en busca de
cualquier cosa que pueda ser vendida. Y hay saludos que parecen advertencias
para evitar quitar a los que llevan más tiempo desarrollando la labor
recuperadora. A esto se unen furgonetas y coches que buscan papel en los
contenedores, donde el que tiene el cuerpo más delgado se introduce por la
ranura de depósito y va eligiendo desde dentro, los periódicos y papeles que se
los pagan mejor que el cartón.
Pero
el carro con el ramo de flores da un colorido especial, aunque de lejos el
material que lo forma tira un poco para atrás. De la tienda sale una muchacha,
embutida en ropa superpuesta y que claramente indica su origen. De su boca saca
una sonrisa cuando se ase de su carro.
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