Junto al estanque, hay un paseo
circular, por donde la gente da la vuelta es como el haber llegado a la mitad
del recorrido para encaminar el camino de la salida. Es la parte que culmina el
parque, en su forma alargada, unos bancos invitan a sentarse frente él y
contemplar los patos y los dos cisnes, o poder sacar el libro que te mete en
otra realidad aparte. Los árboles circundantes dan la sufiente sombra para
librar de los rayos solares y en el invierno, su desnudez, permite recogerlos,
pues se buscan como un bien escaso, en los cortos días.
A pesar de parecer un cuello de
botella, es un buen refugio para aislarte, lo que el tiempo de cada uno,
permita, de los ritmos diarios y te acerca a una naturaleza que cada vez se
echa más en falta, por las posiciones tecnológicas, que nos aíslan más y más de
nuestro medio ambiente.
Como una isla aparece encajonada
entre bloques, de casas, circundantes. En algunas páginas al estanque lo llaman
lámina de agua, curiosa denominación del espacio verde. Quizás los patos sean
elementos decorativos y loa árboles, la masa verde. Se olvidan de los seres
vivos, para minimizarles y convertirlos en símbolos.
Triste o grande pasear por este
espacio en el que te olvida a sentir el trinar de los pájaros o el olor de las
incipientes flores. Sentir el aire que pasa entre los diferentes árboles.
Con la caída de la tarde, unos
empleados van invitando a salir a los últimos remolones para poder cerrar las
dos puertas que tienen de acceso. Una vez realizado esto el silencio intenta
competir con los ruidos exteriores, saliendo perdiendo pues el tráfico es
intenso en sus alrededores.
Las vallas tratan de defender el
espacio, con el ladrillo y el hierro.
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