Margarita
tiene setenta y cuatro años, se siente una madre coraje, pues a su cargo tiene
una hija con retraso mental, que come compulsivamente, lo cual hace que su
volumen sea enorme, inmanejable.
Tiene
tres casas una en Galicia, de donde procede, otra en Murcia y la suya en
Madrid.
También
posee un coche que se remonta a los treinta y cuatro años. Su mayor preocupación
es que a la hora de renovar su carnet de conducir solo se lo quieran renovar
por tras años, ella quiere que sean cinco años, para poder renovar hasta los
setenta y nueve años y así renovar otros cinco años antes de llegar a los
ochenta. Cada uno tiene unas prioridades, está claro que Margarita tiene las
suyas, sabe que le hace falta la autonomía automovilística para poderse
trasladarse con su hija. Donde hay novecientos kilómetros entre los dos puntos más
distantes don están dos de sus casas, más lejanas.
Sus
reflejos quedan un poco al lado, ella sabe que lo puede hacer, por eso lucha
por su necesidad de poder seguir con su vida. Quizás no asumir que la edad crea
un deterioro físico, este detrás de los comentarios hacía esta mujer.
Sabe
que no puede coger más de ciento veinte kilómetros por hora. Y que a lo mejor la
ha cogido un radar. Su mala orientación la ha llevado a adquirir un navegador,
que la orientara a la hora de llegar a su casa sin tener que recurrir a un
taxista para llevarla hasta su casa, lástima que en los túneles se pierda y no consiga,
encontrar su destino tras horas de conducción, solo interrumpidas por echar
gasolina y tomar un café, que tenga la cabeza despejada y no dar una cabezada
frente al volante.
No
vende su coche porque va bien.
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