Está
sentado en un banco de la estación del metro, con la llegada del convoy, sigue
acomodado sin levantarse. Un nuevo tren aparece, a los pocos minutos, no varía
su posición. Junto a sus pies hay una bolsa de deportes. Diferentes personas
van sentándose al lado pero ninguna se da cuenta que la cabeza, del vecino del
banco, está mirando hacia abajo. Sus ojos destilan alguna lágrima, nadie ve a
este hombre, que prácticamente ha estado en la misma posición todo el día, solo
interrumpida con la llegada del cierre de la estación. Es entonces cuando toma
la posición vertical y va hacia la salida. Con su bolsa asida a su mano derecha
pero con la misma posición de la cabeza, no quiere ver a nadie o a nada. No ha
comido, no ha evacuado su orina y el tiempo ha pasado sin dejar un cambio en su
actitud.
Los
pasos cortos es el ritmo, perdido en esta ciudad. No sabe a dónde ir. Encuentra
un seto en un parque donde evacuar su orina y una fuente de agua le invita a proveerse del líquido elemento.
Unos cartones de un contenedor de reciclaje le dotan de la estructura para
poder pernoctar, le dotan del aislamiento del frio suelo y del aire gélido, que
se ha levantado. Su bolsa le sirve de almohada y el sueño no tarda en aparecer.
El cansancio mental es superior que si hubiera hecho cualquier prueba física. Las
primeras luces le indican que tiene abandonar su hogar. Lava su cara con el
agua. La mañana es fresca y toma rumbo a la estación, allí va al mismo banco.
Su figura, es parte del mobiliario de la estación. Ahora sale para comer.
Algunas personas se interesan por él y hasta llena la bolsa de ropa y comida.
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