Cuando
alguien te dice que si te puede dar un abrazo, mil hormigueos corren por tu
piel, pero una vez dado el paso de la aceptación, la cosa cambia, te encuentras
más lleno de sensaciones que no tenías.
Lo
difícil es dar el primer paso. Ese levantado con ladrillos de miedo, de
expectación, ¿qué quiere este hombre, o esta mujer con un abrazo, que quiere de
mí?
Juan
sabe de todas estas cortapisas que impiden el contacto físico, solo entendible
en el campo sexual, pero fuera de él, parece sacado de lugar. El vio unos
reportajes que un grupo de personas se ponían con unos carteles a ofrecer
abrazos gratis y como la gente se acercaba a recibir y a dar los mismos.
Compro
una cartulina amarilla y con un rotulador negro puso el mismo mensaje que había
visto y elige una zona concurrida, en un parque. Se desprende de sus miedos al ridículo
y a las cinco de la tarde inicia su propuesta.
Nada
más ponerse se lee su cartel y se le analiza como un bicho raro, nadie se
acerca y se le esquiva como si de un obstáculo se tratara. Pero un grupo de
amigas paran delante y hacen cola para hacer lo que el cartel indica.
Curiosamente la situación no pasa desapercibida y otras personas se colocan para
dar y recibir.
El
cartel queda en el suelo, como testigo y aviso de lo que allí ocurre. Gente con
perro también se detienen y personas mayores, hacen un inciso en su paseo
dominical y sirven un abrazo, apoyado en su bastón.
Niños
también participan, haciendo que Juan apoye una rodilla en tierra. Y el
comentario, de ellos, que se resume en “que divertido”.
Otras
chicas se adhieren y comienzan a hacer lo mismo, colaborando en la función.
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