Juan
elige el mismo camino, para pasear, durante años. Si le preguntas porque no
elige otro, su respuesta es la misma: este es por donde voy desde hace mucho
tiempo, no tengo la necesidad de cambiarlo. Casi he aprendido a contar los
pasos. Porqué he de cambiar.
Curiosamente
empieza su caminar con el mismo pie, las paradas son en los mismos sitios,
hasta los saludos son de las mismas personas que también tienen sus mismos hábitos.
Si algo les ha retrasado, se ponen nerviosos y hasta suspenden el mismo.
El
ritual se suspende, por no encontrar las mismas circunstancias,
independientemente de los aspectos climáticos. Al coincidir con otras personas
y en diferentes sitios, se van autoafirmando que están en lo correcto, su
posición es la adecuada.
Un
día, la calle, por la que suele pasar está cortada por una avería de una
tubería de suministro de agua. Juan comienza a ponerse nervioso, su corazón
lleva un ritmo acelerado, su frente se empieza a llenar de gotas de sudor y un
profundo mareo hace que no le dé tiempo y caiga al suelo, golpeándose con el
bordillo y abriendo una brecha en su cabeza, enseguida se empieza a arremolinar
gente que tratan de contener la hemorragia con pañuelos de papel. Una bayeta húmeda
con hielo hace recrobar la consciencia de Juan y le tranquilizan con la llegada próxima
de una ambulancia, que se hará cargo de él.
No
pasan dos minutos y los destellos y el ulular de la sirena, llegan. Lo primero
elevar los parpados para comprobar si hay daño cerebral. La respuesta es hay
que trasladar al herido lo más rápidamente posible.
En
el suelo pañuelos impregnados en el rojo de la sangre, sustituidos por gasas
impregnadas.
Hoy
el paseo se ha modificado. Juan se aferra a la vida.
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