Cuando
escribe una nota mira a izquierda o derecha en busca de su afirmación, con la
duda de si lo habrá realizado correctamente. Como no hay respuesta, entonces
entra el temor de la equivocación.
Simplemente
es una nota, pero hay una serie de mensajes metidos en el disco duro de su
cabeza y por tanto se disparan a cada estimulo recibido. Al final todo es tan
fácil como el programa que hayamos metido. Si el programa es erróneo se puede
modificar y cambiar por otro. Aquí surge otro problema, el nuevo será mejor que
el que sustituimos o es peor. La incertidumbre cabalga de nuevo, con el mismo
vestido.
Juan,
en el fondo tiene la autoestima baja, ello conlleva la aparición de la duda,
que al fin y al cabo es un miedo, que atenaza y consigue ahogarte. Siendo la
persona que nos auto boicoteamos, sin
buscar fantasmas en otras, yo y solo yo soy responsable de mi vida.
Esta
frase se la repite una y otra vez, pero no se la cree, No la integra dentro de
él. Por ello se queda en una frase florero.
Olvida
que al escribir, la nota. No necesita la reafirmación de nadie. Es él, mismo, quien
crea, quien ejecuta y quien piensa. Sin necesidad de tener todo controlado, es
una necesidad el saber equivocarse. En su rigidez, no permite errores que
muestran su debilidad.
Juan
decide que hoy tiene que poner en práctica todo lo que ha aprendido y no ha
llevado a cabo. Es el momento de equivocar el camino, para encontrarse más
fuerte en la seguridad de poder hacerlo.
Juan
nota que ese miedo que le ha atenazado toda su vida se desvanece, como si de
vapor de agua se tratase, no dejando más señal, que unas pequeñas gotitas de la
misma.
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