Cuando se cambian unos valores o
creencias por otras, se defienden hasta con irracionalidades. Sino el resultado
es el vació y esté si que da vértigo. Esa sensación de estar perdido produce
una desazón, con la que a penas podemos hacer casi nada, pues nuestra mente reencuentra
sin base donde asentarse. Fácilmente nos arraigamos a la nueva idea y por tanto
la defendemos, como si llevara años con nosotros.
Esa percepción de carecer de
sustento, es comparable a un día, cuando te levantas de ese sillón bajo y al
levantarte, tu cabeza empieza a girar por lo cual vuelves a la posición
anterior, sino caerías de cualquier forma. Por ello es mejor volver a sentarte
e intentar que se normalice la situación. Si esto no ocurre entras en una
especie de pánico, por no ser capaz de estabilizar.
Si sigue en el tiempo, buscas la
posibilidad de pedir ayuda.
Es necesario tener la seguridad
de lo que te apoyes sea útil, aunque solo sea una caña. Ahí es donde los
valores o creencias nos dan el principio de nuestro ser.
Con ellas podemos caminar, ya
sean una cosa tan endeble como una caña o un solidó bastón. Evidentemente cada
uno elegimos. Unas que normalmente nos son dadas y las asumimos como normales,
salvo alguno que evoluciona y las cambia. Le miraremos con ojos de trasgresor y
por tanto de loco. Se está apartando de los valores generales, esos que
producen la estabilidad de un sistema que muchas veces hace aguas. Y sin
embargo lo defendemos como un pedestal para defender, del ataque de los otros.
Aquí puede estar el motivo por el
que los cambios nos resistamos a hacerlas, por la sensación tan desagradable
que puede producir el aturdimiento que genera la inseguridad, ante eso oponemos
la resistencia de inmovilidad.
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