Una vez Margarita acudió a un
terapeuta, con una gran desvalorización personal. Su imagen descuidada su cara
invitando a ofrecerla una moneda para poder sobrellevar la vida.
Juan, su terapeuta la ofreció,
mirarse en el espejo. Margarita rehuía el hacerlo y fue mediante, ofrecerle la
mano y acompañar frente al espejo, una vez colocada, delante de él. Sus ojos
miraban hacía abajo evitando el contacto visual. Solamente las palabras de
apoyo consiguieron alguna mirada furtiva, hasta que fue capaz de colocar sus
ojos frente a ellos, en ese momento surgió una fuerza interior, para comprobar
el estado de su pelo y de su piel deshidratada, mate, sin brillo. Tomo la
conciencia de su desvalorización. Pero Juan no se cebo en buscar sus defectos
sino en potenciar las virtudes que ella posee.
Noto ese chispazo que le
enganchaba a la vida que tanto había esquivado. Margarita fue a la peluquería,
compro un aceite corporal, para recuperar la piel reseca. Jubilo ropa de
trapos. Y su mirada consigue mantener la horizontalidad, en vez de la mirada
sesgada hacía abajo.
Juan había instalado un espejo,
porque se dio cuenta de un problema de autoestima bastante grande en las
personas que le consultaban, pero nunca había visto un problema como el de
Margarita. Margarita volvió al mes para agradecerle su empujón o su
acompañamiento hacía el enemigo, como ella concebía la imagen reflejada por el
espejo.
La autoestima esta detrás de
tantas desvalorizaciones que encuentra en las personas consultantes.
Margarita pasó a encontrarse bien
consigo mismo y por tanto a mirar al mundo con otro brillo y otra disposición,
por supuesto, mejor.
Pero Juan sigue buscando la
chispa que a cada persona necesita para entender las cosas de otra manera y
sabe que esa búsqueda esta en la escucha, para encontrarla, ofrecérsela y
actuar.
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