El repartidor de propaganda estaba en el lugar asignado por
la confluencia de gente y entregaba la publicidad.
Su cara muestra una sonrisa y con la entrega del papel
siempre tiene unos buenos días.
La respuesta de los paseantes es muy diferente, desde los que
rodean para no tener que recibirlo, los que agachan la cabeza ignorando a quién
ofrece, los que la reciben y dan las gracias, siempre los menos y algunos que
repiten el saludo.
Juan lejos de cambiar su
presentación, sabe que tiene que seguir haciéndolo, lo que hagan los otros será
un problema de ellos. Solamente la sonrisa de una persona valdrá por todos los
desprecios recibidos.
Juan sabe que si en vez de un
folleto diera una muestra publicitaria se formaría una cola ante él, y utilizarían
cualquier argumento para obtener otra u otras más. En plan acumulativo. Incluso
irían directamente a las cajas en un intento de asalto por conseguir el botín.
Pero en esta mañana Juan se
conformara con la sonrisa que sale del corazón de esa viejecita, encorvada y
con gafas dando la gratitud por recibir el papel que ni si quiera leerá. Pues
el consumo para ella, llega fuera de tiempo.
Se siente bien pagado con la
actitud recibida ignorando la mala educación de la mayoría de personas, que
ignoran un deseo por la prisa impuesta en cada uno de ellos. A todos los
lugares hay que llegar pronto para acumular horas frente al televisor o en el
banco de la calle.
Juan sabe que nos vamos
deshumanizando para convertirnos en otra cosa más impersonal, avance de la
intolerancia, frente al sentimiento que cada vez se va perdiendo. La rueda
pierde aire y llegara el momento en que moverse será una tarea muy difícil. Por
eso sabe que tiene que cambiar.
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