Juan
se dirige a rellenar una apuesta de lotería. La oficina está situada, solo a
cien metros de su casa, como tantas otras personas, ha elegido hacer la misma
elección, por ello tiene que esperar haciendo cola. En su cabeza va lo que
puede conseguir si obtiene premio, el mundo cambiaría radicalmente, sería más
hermoso por tener la capacidad de poseer. Delante en la cola ve a su venida del
primero, con la que no tiene ninguna sintonía. Seguro que ahora se lía, como le
ocurre siempre, ese es su pensamiento; curiosamente acierta, busca en su bolso
el lugar donde tiene el monedero y no lo encuentra. Saca todo el contenido, en
el pequeño mostrador, donde una mujer sentada atiende al público, pero no lo
encuentra, quizás lo ha debido dejar en la carnicería de Antonio. La cola se
empieza a impacientar y Juan decide abonarla. Se vuelve muy digna y al observar
de quien se trata, le agradece el gesto y promete devolvérselo. Solventado el
tramite la cola va desapareciendo, su vecina le vuelve a agradecer el gesto.
La
semana pasa pero no se ha dignado devolver el dinero. Juan entiende que es lo
normal en una persona como ella. Pero llega el día del sorteo, pendiente de la
combinación de números ganadores. Solo consigue acertar uno entre los seis en
litigio. El mundo seguirá siendo igual pero con un sueño menos.
Al
día siguiente al salir a la calle se encuentra a otro vecino que le informa de
la fortuna de la del primero. Ha sido agraciada con un montón de dinero en el
sorteo del día anterior. Juan le cuenta el detalle y se siente ganador pues al
final el aporto el dinero.
De
nuevo en casa, suena el timbre y su vecina
devuelve el dinero prestado.
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