La
codicia, es una de las dependencias que exige la sociedad del consumo, sin su
presencia, quedaría desmantelado el sistema que lo sustenta. Tenemos una gran
necesidad de poseer, de tener, casi para cualquier cosa, para al rato, una vez
obtenido, se desecha y vuelta a empezar un nuevo ciclo. Comienza con la ropa,
donde el sexo femenino lo convierte en punta de lanza para seguir con una
alimentación. Todo tiene un uso efímero, donde el gusto de tenerlo termina
cuando llega a las manos.
El
objetivo es mostrar las cosas como un objeto de deseo, como siempre el deseo es
efímero, por ello se crea otra nueva necesidad, para que cuantas más cosas
poseamos mayor posición tenemos frente a los demás, La misma palabra “frente”
nos hace ver el problema que tenemos.
No
juntamos, separamos, para sentirnos más libres, pero al soltar amarras nos
envolvemos con cadenas. Cada vez más pesadas, rígidas y sonoras, en su sentido
de pesadez.
La
casilla de salida vuelve a aparecer pero con el ánimo más cansado, si, por
alguna razón, no hemos logrado tener eso que deseamos. Empezamos con más ganas
en poseer el nuevo artículo. Da igual que sea material o sentimental, todo se
convierte en objeto de deseo.
La
voracidad de consumo es tan alta, dejamos de ser seres lógicos a seres
posesivos. Donde el agua no calma la sed, por haber dejado de ser una necesidad
material y convertirse en una necesidad anímica, donde la cabeza esconde en los
recovecos de nuestro cerebro o corazón o intestino, que también tienen la misma
frecuencia para generar nuestros pensamientos.
Si nos fijamos las vueltas del intestino y las
del cerebro, poseen tantas vueltas, en alguna de ellas se puede esconder
nuestra razonamiento; en teoría era algo que nos diferenciaba de los animales.
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