martes, 26 de abril de 2016

LA CENA






Alguna vez, Juan iba a buscar a María al trabajo. Hoy es un día que le cuadraba y le apetecía ir en su encuentro. Cuando esto ocurre, vuelven a casa, con sus manos unidas, y no cogen transporte público, caminan contándose el día que han tenido.
La sorpresa siempre es de María pues le encanta no tener que volver sola. Juan la propone ir a cenar. La respuesta es inmediata con una pregunta: ¿y, eso?
Cuando salí del trabajo me dije que lo mejor que podría hacer era que fuéramos a cenar fuera, me apetece ir con la mujer más maravillosa y esa eres tú.
María abrió muchos sus ojos y comenzaron a brillarles. No había tenido un buen día, se había equivocado un par de veces y otras tantas le habían llamado la atención. Lo cual hace que su autoestima bajé.
Juan le dice: hay que celebrar los errores con una cena, gracias a ellos aprendemos a mejorar, dice.
Ya, eso, suena bien pero de momento empiezas a plantearte muchas cosas y para nada positivas.
Al ser un día laborable no tuvieron que esperar y hasta fueron a la mesa que tantas veces han compartido. Juan inicia la conversación, una vez acomodados con su sentimiento que nada ha hecho por mejorar su relación. La comparación con las plantas de interior que mantienen en su hogar es la mejor que encuentra. Ahora lo sucedido a María le muestra el camino que deben hacer.
María baja los ojos y comienza a llorar, un sentimiento de pena se asienta en su cabeza y amenaza con instalarse como un vulgar inquilino, no deseado. Las manos se enlazan queriendo demostrar sensación de unidad frente a la adversidad, pero sobre todo como signo de comprensión. La cena fue lenta, pero saboreando los manjares que consumían.

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