Alguna
vez, Juan iba a buscar a María al trabajo. Hoy es un día que le cuadraba y le
apetecía ir en su encuentro. Cuando esto ocurre, vuelven a casa, con sus manos
unidas, y no cogen transporte público, caminan contándose el día que han tenido.
La
sorpresa siempre es de María pues le encanta no tener que volver sola. Juan la
propone ir a cenar. La respuesta es inmediata con una pregunta: ¿y, eso?
Cuando
salí del trabajo me dije que lo mejor que podría hacer era que fuéramos a cenar
fuera, me apetece ir con la mujer más maravillosa y esa eres tú.
María
abrió muchos sus ojos y comenzaron a brillarles. No había tenido un buen día,
se había equivocado un par de veces y otras tantas le habían llamado la
atención. Lo cual hace que su autoestima bajé.
Juan
le dice: hay que celebrar los errores con una cena, gracias a ellos aprendemos
a mejorar, dice.
Ya,
eso, suena bien pero de momento empiezas a plantearte muchas cosas y para nada
positivas.
Al
ser un día laborable no tuvieron que esperar y hasta fueron a la mesa que
tantas veces han compartido. Juan inicia la conversación, una vez acomodados
con su sentimiento que nada ha hecho por mejorar su relación. La comparación
con las plantas de interior que mantienen en su hogar es la mejor que
encuentra. Ahora lo sucedido a María le muestra el camino que deben hacer.
María
baja los ojos y comienza a llorar, un sentimiento de pena se asienta en su
cabeza y amenaza con instalarse como un vulgar inquilino, no deseado. Las manos
se enlazan queriendo demostrar sensación de unidad frente a la adversidad, pero
sobre todo como signo de comprensión. La cena fue lenta, pero saboreando los
manjares que consumían.
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