La
casa está rodeada de una valla se ladrillo y hierro forjado. Parece un
corralito, pero con enredaderas a todo lo largo de la misma para formar una
pantalla que impida miradas exteriores.
El
clima norteño hace que tenga unas praderas del mismo color todo el año. Una
fila de manzanos acompaña al camino asfaltado que lleva a la casa. Cuatro
personas ocupan la misma más una pareja que desempeña las funciones de
mantenimiento de la misma. El estilo colonial es el que forma la casona de dos
plantas y los áticos representados por sendas torretas, coronadas por dos
veletas, coronadas por un gallo.
La
mujer preside una empresa de metalurgia y el marido trabaja para una empresa
afín al grupo anterior. Los hijos estudian en la capital, transportados por el
jardinero, mecánico, mantenimiento, de origen sudamericano. Ellos viven en un
prefabricado de madera en una esquina al fondo con una pantalla vegetal al
fondo que la hace pasar desapercibida. Detrás de la fachada principal hay un garaje
subterraneo, donde se alojan los coches de la familia y la furgoneta de
servicio. Uno de los coches es con el que Juan, que es quien desarrolla las
tareas auxiliares, lleva a los niños al colegio. María, es su mujer,
tremendamente sumisa y agradecida por darle trabajo y alojamiento, marca un
ritmo alegre, por su simpatía.
Una
fusión con otra empresa hace que se produzcan cambios, la dueña pierde su
trabajo y comienzan los racionamientos económicos. Se lo comentan a sus
trabajadores domésticos y les dicen que tienen que prescindir de sus servicios.
Juan
y María proponen seguir trabajando sin salario. Pero la familia entra en agobio
de no poder seguir con la vida que llevan. Ponen su casa en venta, pero no
reciben ninguna oferta. No saben cómo van a seguir.
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