sábado, 16 de abril de 2016

DEPRESIÓN




Lejos de sentirse bien, Juan sigo enrocado a un estado que le lleva a sentirse, continuamente, mal. No encuentra el aliciente que le haga remontar, su actual manera de vivir, quizás sería mejor hablar de vegetar. Cada vez se mueve menos e incluso olvida las comidas. No quiere ver a nadie, vive solo.
En su trabajo, está dado de baja por depresión. La medicación la dejó el segundo día. Lleva dos semanas sin afeitarse, la pérdida de peso es notable y los surcos de su cara se agudizan, como queriendo mostrar una agresividad.
Hoy suene el timbre de su casa, sin haber pasado el filtro del telefonillo que comunica con la puerta del bloque. Por inercia se levanta para abrir sin pensar si quiere ver a alguien. Abre la misma y una chica joven con una carpeta en la mano, una credencial y un bolígrafo le solicita, permiso, para realizar unas preguntas. Juan baja la cabeza y con la mano cierra la puerta poco a poco. Solo le entretendré cuatro minutos y me ayudaría económicamente. Dice la muchacha con voz convincente. Sin saber porque la invita a pasar. El hedor de un piso sin ventilar desde hace muchos días, hace que su nariz se arrugue y su frente muestre unas arrugas. Se encuentra usted mal. Es la siguiente pregunta. Juan sentado en un sillón, afirma. Que le ocurre.

Tras conocer el diagnostico, la chica, se levanta sube la persiana y abre la ventana. Juan no tiene fuerzas para negarse. Para caer desmayado. El teléfono marca las urgencias y al despertar se encuentra en la cama de un hospital, junto a él, la encuestadora dándole la mano. Le explica lo que la han comentado los médicos. Saca un espejo de su bolso y proyecta el sol hacia las  manos de Juan.

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