Lejos
de sentirse bien, Juan sigo enrocado a un estado que le lleva a sentirse,
continuamente, mal. No encuentra el aliciente que le haga remontar, su actual
manera de vivir, quizás sería mejor hablar de vegetar. Cada vez se mueve menos
e incluso olvida las comidas. No quiere ver a nadie, vive solo.
En
su trabajo, está dado de baja por depresión. La medicación la dejó el segundo
día. Lleva dos semanas sin afeitarse, la pérdida de peso es notable y los
surcos de su cara se agudizan, como queriendo mostrar una agresividad.
Hoy
suene el timbre de su casa, sin haber pasado el filtro del telefonillo que
comunica con la puerta del bloque. Por inercia se levanta para abrir sin pensar
si quiere ver a alguien. Abre la misma y una chica joven con una carpeta en la
mano, una credencial y un bolígrafo le solicita, permiso, para realizar unas
preguntas. Juan baja la cabeza y con la mano cierra la puerta poco a poco. Solo
le entretendré cuatro minutos y me ayudaría económicamente. Dice la muchacha
con voz convincente. Sin saber porque la invita a pasar. El hedor de un piso
sin ventilar desde hace muchos días, hace que su nariz se arrugue y su frente
muestre unas arrugas. Se encuentra usted mal. Es la siguiente pregunta. Juan
sentado en un sillón, afirma. Que le ocurre.
Tras
conocer el diagnostico, la chica, se levanta sube la persiana y abre la
ventana. Juan no tiene fuerzas para negarse. Para caer desmayado. El teléfono marca
las urgencias y al despertar se encuentra en la cama de un hospital, junto a él,
la encuestadora dándole la mano. Le explica lo que la han comentado los médicos.
Saca un espejo de su bolso y proyecta el sol hacia las manos de Juan.
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