Mientras
pasea, Juan, va haciendo tiempo desde la comida al retorno del nuevo
turno. Tiene tiempo para salir y pensar en algo más que la función
productiva. Solamente en el verano tiene dos meses de jornada
continua.
A
pesar del frio viento, elige salir, recorrer las calles, mil veces
conocidas. Sentir los olores del viejo barrio que concentra a tanta
gente tan diferente.
Los
desconchones de fachadas, los olvidos de reparar viejos comercios,
tantas veces traspasados y hasta pasar al viejo café que tiene
representaciones de gente nueva.
Hoy
el tiempo invita a refugiarse y tomar una infusión caliente, donde
las manos recuperen el calor de la taza, mientras los ojos revisan a
sus vecinos circundantes. Las luces amarillentas no descubren nada
nuevo, sino incrementar el estado rancio, que se quiere conservar en
búsqueda de unas raíces que tuvo en el pasado. Gente variopinta
encuentra su lugar allí. Hoy las mesas se encuentran llenas, todos
huyen de la temperatura exterior, mientras en la mesa de al lado se
habla de literatura, como queriendo encontrar las tertulias que se
reunían, en esas mesas de mármol con soportes de hierro forjado.
Frente
a la puerta una luces azules se detienen frente al local. Cuatro
policías pasan y hacen una observación de cada mesa, pronto ven el
objetivo, dos muchachos en una mesa que no les ha dado tiempo de
escapar. Sin cruzar palabra sacan las esposas y les detienen,
mientras los consumidores quedan anonadados ante la visión de una
película americana, en su propio barrio. Con la misma celeridad que
entran salen, a la vez que Juan revisa el momento de volver a su
turno de tarde.
El
camino es diferente, solo ocupa los rostros de los jóvenes y los
modales de los agentes, la tarde será diferente, nueva impresión en
monotonía.
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