Fue
curioso el avance que tenían como personas y la gran facilidad de
aprender. En una biblioteca próxima tuvieron acceso a Internet y
allí se abrió, el mundo que buscaban. La barrera del idioma la
estaban venciendo y hasta encontraron cursos gratuitos sobre el tema.
Mohamed encontró un anuncio que podrían ganar algún dinero
acompañando a ancianos. De primeras sintieron que unos pos
adolescentes no era su mejor trabajo, pero había gente dispuesta a
pagar un dinero por el acompañamiento durante dos horas.
Y
ellos tenían que devolver el dinero a sus familias. Algunos querían
que las horas de compañía fueran de limpieza, pero no les importo.
Otros ansiaban hablar con alguien, aunque tuvieran muchas años
menos. La frescura de ellos les daba impulsos para vivir.
Los
siete consiguieron dedicar ese tiempo en trabajo social, consiguieron
no tener que hacer labores domesticas y algunos consiguieron que
salieran a la calle para recibir los rayos del sol. El barrio iba
envejeciendo y no había dinero para el ingreso en una residencia de
ancianos. Surgía un nuevo trabajo.
Mohamed
vió la posibilidad de quedarse a vivir con ellos a cambio de
alojamiento y comida. Condenaban su juventud pero conseguían un
trabajo y la manutención suficiente para estar en la gran ciudad
ansiada. Estarían cerca de sus amigos y tendrían una opción de
futuro. Hablaron con los tutores y se negaron en redondo, hasta los
dieciocho años eso era impensable, se les podía quitar esa idea en
la cabeza. Pero en su cabeza estaba la semilla.
En
el barrio fue corriendo la noticia y las discusiones sobre unos
chavales, se ocuparan de los mayores, que ellos no hacían. El
sentimiento de que les robarían era otra de las premisas. Habían
llegado para robar, ese era el sentimiento generalizado del barrio
que les acogía.
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