Cuenta
las historias que en la mayoría de sociedades siempre hay un
personaje que se le considera “tonto”. El objetivo siempre ha
sido claro evitar que nadie te haga sombra. Si esto ocurre así
parece que estamos en una tarima, porque siempre existirá alguien
que este por debajo de nosotros. Con lo que nuestro “ego” pasa a
una posición de tranquilidad.
Los
problemas cotidianos siempre se pueden echar la culpa a alguien, en
teoría inferior.
Pero
el aprendizaje llega a todos y las conversaciones con está persona,
inferior en conocimientos y destreza labial, van formando un
pensamiento critico con el desfavorecido, este es más lento. Pero
sus sentimientos sin tantos filtros aparecen en cualquier momento,
síntoma de ser una persona “tonta”. Pero lo que parece ser una
desgracia para los que le rodean, puede tener una recompensa en su
interior. El hombre o la mujer que adquieren el papel aceptan y
logran conseguir el papel de disminuido al que hay que ayudar. En ese
afán protector, logra conseguir una vivienda y hasta trabajos
fáciles, considerados como obra sociales.
La
sociedad logra un nivel de equilibrio y hasta es necesaria su figura
para dar sentido a vidas, que difícilmente son sostenibles.
Por
“el tonto” pasan los años, las nuevas generaciones buscan nuevas
personas para mofarse. Juntan a una mujer con él, para tener
descendencia, lógicamente el fruto será un nuevo tonto, así se
prolonga el juego. Es ahí cuando surge el máximo desarrollo del
afectado, consigue logran un nivel de conciencia superior para
entender su situación sacando partido. Su bondad comienza a
desmoronarse por el interés aprendido.
Con
el nacimiento del hijo dejo de ser el mismo tonto y comenzó a perder
el sentimiento antiguo de comportamiento. Su deterioro social cambio,
pero su imagen perdura en la memoria de su sociedad.
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