Junto
al mar existe un paseo no siempre acompañado, el clima tormentoso y
las lluvias, le vacían.
El
cuarto día de su estancia en ese pueblo llego su novia. El día
había dado tregua, aunque las chimeneas buscaban el calor perdido
durante la noche.
Quería
mostrarle donde tantas veces había ido.
Abajo
el sonido del mar, los trinos de las gaviotas y alguna sirena de un
pesquero eran los sonidos de un campo mojado. Enseguida surgieron las
discusiones aplazadas durante un mes. Allí junto al precipicio la
caída sería perfecta, la muerte segura, un resbalón y no habría
más discusiones. En pocos segundos paso por su cabeza toda la
película de solución en su vida. Ana le miraba porque sabía que su
cabeza estaría en otra cosa, siempre era así. Aun no encontraba la
razón por la que había venido, pero el gesto de Andrés no le
gustaba nada y menos en esa ubicación. Y si en un descuido le
empujara y terminarían sus problemas.
Las
coincidencias mostraban las diferencias de dos personas con caminos
separados.
Ana
pidió bajar al pueblo para ver el horario de vuelta de los
autobuses. Juan accedió por finalizar una relación rota, no era
necesario emplear la fuerza para romper su vinculo. Pero los
reproches salían una y otra vez. Hasta notaban un nudo en las
gargantas que dejaban los razonamientos en otro lugar. Caminaron
deprisa, para llegar a la estación en dos horas el sufrimiento mutuo
desaparecería. Esperaron en un banco apartado pero las palabras
dejaban de fluir y las miradas fijas en las casas de enfrente se
convirtieron en el recurso preferido.
Ana
fue al servicio y Juan aprovecho a abandonar la estación. El odias
quedo guardado en el bolsillo de su chaquetón negro.
Al
salir, Ana, no echo en falta la ausencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
gracias por participar en este blog.