La
mañana le ha llegado a Juan, en medio de la noche. Tiene que
levantar para ir a trabajar. Aunque su acción natural es hacerlo sin
esfuerzo, hoy parece que los ojos no quieren colaborar. Una ducha con
la temperatura más baja puede ayudar y así lo hace. Pero los
parpados, como persianas, vuelven a su posición de cerrado.
Establece
una lucha entre la inercia y la acción, donde poder tomar el nuevo
día. El vigoroso secado con la toalla, acerca un poco más. Pero
durante el desayuno vuelve a tomar la posición primaría y con cada
bocado a la tostada da una cabezada. Juan comienza un enfado consigo
mismo por no poder vencer y adaptar el nuevo día.
El
cansancio acumulado se nota en su bajada de escaleras, no es el mismo
vigor de todas las mañanas es lento.
A
Juan le viene la imagen de un lagarto y se siente parecido, no saca
la lengua pero casi, en la subida de la cuesta de su casa. El autobús
acaba de doblar por la esquina. Tiene que esperar un cuarto de hora
más.
Mira
a un punto fijo y se queda hipnotizado. No aparta la vista mientras
su mente esta relajada, buscando el equilibrio del descanso.
Por
fin llega el transporte más lleno de lo normal, elige fundirse en
una barra, para seguir en su estado de trance.
Nueva
subida de calle en cuesta y llega a su destino. No se encuentra con
ningún compañero, por lo que sigue aletargado. Enciende el flexo de
su despacho, hoy no quiere luz superior, instalando en su silla.
Con
parsimonia abre su ordenador y dieciocho correos esperan respuesta.
Como de una crisálida, no termina de abandonar su capullo de seda,
tal vez porque no espera transformación o metamorfosis. Seguirá
siendo el mismo.
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