El
enorme castaño es cita obligada para los excursionistas de la zona,
su tronco horadado por mil y una vicisitudes aun tiene renuevos como
impidiendo irse de la memora de los próximos visitantes. Sus
castañas han valido para comer, en tiempos de hambruna y han servido
para regenerar la zona, convirtiéndola en un bosque de su especie.
Tiene tantas historias es su memoria que podría escribir varios
libros. No necesita hacerlo, solo de su lucha contra las tormentas
empeñadas en derribar todo lo que se ponga a su paso. Sus ramas han
servido de soporte para el paso, corto o largo de mil clases de aves,
algunas hasta anidaron en sus ramas. Pero la mayoría, aprovechan la
atalaya ofrecida y lugar donde guarecerse del sol veraniego o de las
recias lluvias.
Cuando
termino su ciclo sus ramas fueron cayendo dejando la base de lo que
fue y recuerdo de su tamaño. Las ramas caídas fueron un buen
soporte de chimeneas para ofrecer calor o servir para cocinar tantos
alimentos.
Hoy
solo un viejo cartel se hace eco de lo que fue, se aventura su edad,
aunque a él siempre le ha dado lo mismo y hasta se habla del periodo
en que nació, como si su historia es importante al de esos
habitantes que tanto han transformado el mundo, a capricho o
necesidad.
Pocas
veces se apoyaron a su tronco de base y respiraron al mismo ritmo que
lo hacía el viejo árbol, sentir como la savia asciende hasta los
pequeños brotes o la punta de sus hojas en un intercambio tan lleno
de vida. Y sentir como un compañero de existencia, donde encontrar
la cooperación con el resto de especies vivas.
Hasta
le pusieron nombre “el abuelo” pero se olvidaron de escuchar,
sentir, su forma de vivir, dar vida.
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