lunes, 19 de marzo de 2018

EL REFLEJO DE JUAN




Juan es un hombre mayor de setenta. Goza de buena forma física, pero no reconoce sus mermas corporales. Ninguna persona reconoce su edad, solo la de los demás.
Juan también está en ese limbo donde la estructura mental no corresponde a la corporal. El espejo no es suficiente pues ha ido adaptando a la imagen reflejada día a día, por tanto ha modificado la identificación.
Vigoroso hoy sale a la calle, es temprano y va a comprar el pan, un rito de cada mañana.
Como tiene buen fondo, toma la calle de en medio, no hay semáforo ni paso de peatones. Pero una pequeña carrera le puede sacar de un apuro, no va a cambiar sus hábitos.
Al iniciar el cruce observa un coche veloz, aumenta su paso para evitar. Pero un relieve en la calzada genera un tropiezo con la consecuente caída. El coche no tiene tiempo de evitar el contacto ni modificar su trayectoria. El impacto es violento y el cuerpo imaginado tantas veces, describe una parábola, el choque contra el asfalto produce un gran dolor solo de verlo. La calle se para y comienza a reunir personas en torno al herido. La sangre mana y no puede salir grito de dolor. Se queda larvado. El conductor está asustado y no puede reprimir las lagrimas. Las llamadas al teléfono de ayuda se producen en seguida.
El cuerpo de Juan se encuentra inerte en una extraña postura, nadie quiere modificar la posición, pero una mujer saca un paquete de pañuelos de papel y limpia la cara ensangrentada. El corro espera el desenlace de la llegada de la ambulancia para hacer desaparecer el cuerpo. Pero una parte de él ha comenzado a abandonar. Ya no habrá reflejo en el espejo, sus últimas palabras son de la mujer limpiadora de sangre.

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