-Sabemos más sobre lo que no
queremos que por lo que queremos. Juan comenta esta realidad con su amigo
Antonio.
-Es curioso el desconocimiento
que tenemos sobre nosotros mismos. Y sin embargo, pensamos sobre los demás,
obtenemos un posicionamiento personal.
-Quizás, comenta Antonio, si
sabemos lo no querido, centramos nuestro espacio personal.
-Ya, pero resulta como un juego
de adivinanzas donde es difícil encontrar tu sitio. Todo esto genera muchas
dudas y comportamientos anormales. Por eso nos atrevemos, a juzgar a los demás,
intentando esconder lo que nosotros somos, y por supuesto, no queremos ver. Pues
esto nos desestabilizaría, dice Juan.
-Puede que lleves razón, ese es
el mecanismo por el cual, actuamos de un modo irracional, compitiendo con otras
personas, en un afán de conocerse a si mismo. Contesta Antonio.
-Cuando el hombre medita, hace
una reflexión hacía si mismo, por eso la falta de tiempo justifica el evitar
hacerlo, realmente somos unos verdaderos desconocidos y curiosamente para los
seres que están más cerca, es decir nosotros mismos. El gran enigma de la
introyección. El parar nuestra vida para
reflexionar por el como somos y nuestro objetivo. Juan gesticula.
-De nada vale unirte a la
naturaleza si tu te comportas como un ser aislado, sin saber, a penas, muy poco
de uno mismo. Si alguien nos pregunta si nos conocemos, responderemos con un “estás
tonto, llevo tantos años, conmigo mismo” y la apariencia es una cosa y la
realidad otra muy diferente. Cuando
hablamos con otros, es cuando descubrimos facetas de posicionamiento, por supuesto cambiables
por otras, no somos algo esculpido sin retorno. Precisamente la vida nos dota de
esa capacidad de enterrar papeles con los que no estamos de acuerdo en nuestra
representación teatral. Tenemos que saber aprovechar esa enseñanza para convertirnos
en mejores personas, así de fácil.
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