Es curiosa la conexión entre los árboles
y los hombres. Ellos son parte de su vida. Su madera proporciona parte de sus
muebles, suelos y combustible para cocinar. El tiempo se vive de manera
diferente tanto en unos como en otros. Mientras en el caso vegetal puede ser
lento en otros es rápido, tratando su producto para diferentes materiales,
desde las hojas de papel de escritura, sustituidos por los ordenadores, hasta
el mueble mas rígido y atractivo.
Hoy Juan pasea por un bosque, un
lugar donde la naturaleza parece esconder otras vidas, otros mundos. Donde los
troncos delimitan el territorio como si de una muralla se tratase, pero con las
suficientes aberturas para que animales, personas y luces lo puedan atravesar.
Donde el lenguaje es el de sus habitantes o el sonido de las hojas, movidas por
el aire, que crean unas conversaciones difíciles de comprender al principio
pero que pueden llegar a ser descifradas, hasta que el viento cesa.
Es fácil buscar el apoyo junto a
un tronco para comenzar a sentir ese otro mundo, tan lejano al vivido en
pueblos y ciudades. Notar como la humedad de la noche se queda como un
habitante más, producido por la umbría.
Como Juan, comienza a oír su
corazón tras el esfuerzo realizado, en su camino hacía el interior.
Las sombras pierden su
grandiosidad pues se convierten en parte del paisaje circundante. Como las
rocas son salvadas para producir giros en las estructuras, como los caminos se
hacen senderos por el acomodo de otras estructuras vegetales reductores del
tamaño de los mismos.
Como hasta la temperatura
interior también cambia por la oquedad. El sol se encuentra ante un paraguas,
donde siempre es bienvenido. Y forma parte de la estructura del conjunto arbóreo.
Juan sabe que puede caminar y
volver, tal cual.
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