Margarita sale de su casa camino
del trabajo. Cuando apenas ha recorrido quinientos metros, recibe una llamada
para decirla que a partir de las doce tiene que estar en casa pues le van a
instalar un aparato eléctrico.
No tiene a nadie que pueda estar
a esas horas y responde: “es imposible”. Como contestación recibe un “bueno,
pues ya la avisaremos”.
Margarita necesita el servicio
contratado “¿pero cuando será?
No se lo podemos decir, tenemos
muchas instalaciones. La voz estereotipada es la respuesta recibida. De nada
valen los argumentos que aduce. Para solicitar el servicio ya pagado.
Al encontrarse entre la espada y
la pared, acepta. Ya arreglara como lo hace en el trabajo.
Ya la mañana comienza mal, para
poder hacer un cambio a última hora, le ha supuesto un disgusto por las
presiones recibidas.
Pero a las doce consigue estar en
casa. El tiempo comienza a pasar despacio, no logra concentrarse hacer alguna
tarea pendiente y solo consigue encender la televisión y ver nada, oír menos.
Cuando llega la una su
nerviosismo crece. Por lo que decide llamar a la empresa instaladora. Le
contestan que su servicio esta en curso, llegara en unos minutos, pide calma.
Margarita empieza a dar vueltas a
la cabeza si lo que esta haciendo es correcto. Las miradas al reloj de la
cocina se multiplican, pero el timbre de la puerta sigue sin sonar.
A las dos menos cinco vuelve a
llamar para reclamar. La respuesta es la misma.
A las dos y cuarto, por fin,
suena el timbre, recibe al operario como agua de mayo, tras disculparse por la
tardanza en el cliente anterior. Extrae de una caja de cartón el aparatito lo
conecta a un enchufe y comprueba que todo esta bien. Margarita pone cara de
tonta y despide al empleado.
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