Como siempre los atardeceres son
cambios de colores, las sombras se hacen más largas y se adivina el devenir.
Es el momento en que las personas
mayores comienzan a tener prisa, para tornar a su hogar, sitio dotado de
seguridad. Siempre las sombras y oscuridades producen una cierta inestabilidad.
Los coches comienzan a encender
sus luces, mientras tímidamente se iluminan las farolas de luces naranjas.
La luna se la puede observar con
su fase adecuada. Juan tiene setenta y cinco años, al ver el cambio, consulta
su reloj e inicia su vuelta a casa, cuando va llegando se encuentra con un
vecino que le urge a tener una reunión de vecinos, por las averías detectadas
en la escalera. Poco a poco se van uniendo otros vecinos, comienzan a discrepar
en la opción mejor. Pero el atardecer se ha convertido en noche. Juan muestra
su nerviosismo, por no poder iniciar su
rutina diaria.
Encuentra la disculpa de una
llamada telefónica, mientras el resto muestra su desagrado. No tiene ganas de
discutir y menos por cosas no conocidas. Se siente cansado y va elaborando su
cena poco a poco.
Cuando esta cenando llaman al
timbre de la puerta, pero no quiere abrir, ni siquiera saber quien ha sido.
Quién quiera hablar con él, lo
puede hacer al día siguiente. Y así ocurre a las diez de la mañana, la reunión será
para pasado mañana.
Juan recibe el recado pero no
despierta su interés. Sabe que no es participativo pero el cansancio hace
tornarse en forma de bola. Sabe que no ira y menos a las ocho y media, para
aguantar comentarios de unos y otros, sin sentido al tema a tratar.
Juan fue muy influyente y creo
muchas mejoras, pero ese ardor se apago como en los atardeceres. Pasando a otro
estado.
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