Juan y Antonia salen de casa para
hacer un viaje. Han preparado minuciosamente el equipaje, aunque siempre se
pone algo de más. Van a viajar en autobús, y seis horas les esperan de camino,
con dos paradas intermedias para tomar algo o ir al servicio.
Han discutido a la hora de
desayunar porque Juan apremia a su mujer para darse prisa. Antonia, siempre
cree tenerlo controlado por ello elige sus ritmos.
El incidente hace que el viaje
empiece mal, de pésimo humor y caras distanciadas. Miembros alejados y
silencio.
Una avería en el metro hace
retrasar su llegado prevista. Juan consulta una y otra vez el reloj y menea la
cabeza como intentando llevar la razón, en el periodo anterior. Pero Antonia no
entra en el juego.
Afortunadamente llegan dos
minutos antes de la partida, meten las bolsas en la bodega y entregan los
billetes al conductor. Van en la parte de atrás, donde cuatro chicos jóvenes hablan
alto e indican la tónica que llevaran en el trayecto. Este suceso hace que se
acerquen en su posición de rechazo, pero tampoco consigue sacarles de su
mutismo.
Ante el vaivén del trayecto,
Antonia apoya su cara en el hombro de Juan, entorna sus ojos e inicia un sueño,
acompasado de respiraciones rítmicas y un tanto elevadas.
Juan observa por la ventanilla
descubriendo la pantalla de televisión que no tiene, pero se lo imagina.
Los diferentes paisajes se
suceden lo que no lleva a la monotonía. La música es la conversación de los jóvenes
que rememoran cosas pasadas, como si fueran adultos maduros, evocando
situaciones graciosas que por fin trazan una sonrisa en los labios de Juan. Que
se ve envuelto en las historias narradas. Al llegar la primera parada despierta
a su mujer. Y bajan un tanto entumecidos, pero diferentes caras.
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