La mirada, profunda de Marina, se
esconde entre los restos de pintura de sus ojos y las abultadas bolsas. Quiere
seguir escudriñando las escenas que suceden a su alrededor. Unas lágrimas
aparecen en sus lagrimales, convirtiéndolos en vidriosos. Respira con
dificultad va sentada, en un vagón del
metro. Nadie aprecia su fatiga, todo el mundo tiene algo que hacer, como para
observar quien esta a tu lado.
Marina acompasa los movimientos
de su cuerpo para dar un respiro a la tensión interior. Sus piernas arqueadas
quieren conseguir la verticalidad, para ello, se ayuda de la barra lateral y
con paso lento alcanza la puerta de salida.
Un moño recoge su blanco pelo y
la curva de su columna le impide volver a ser aquella mujer esbelta, de otro
tiempo.
De su rebeca saca un pañuelo, con
intención de secar las lágrimas, pero esta tan húmedo que no hace nada más que
restregar, lo que tiene consecuencia con la pintura negra de sus ojos.
No escucha pero conoce el camino,
solamente, por las veces recorrido.
Entra en una cafetería para tomar
una tila e ir al baño para recomponer su cara. La lava y seca para quitar las
manchas. Los surcos marcan las huellas de la edad. Echa la infusión en una taza
y espera para poder tomarla. Pasados quince minutos sale a la calle
reconfortada y un poco más tranquila, pero al salir olvida donde iba. Trata de
recordar pero ignora la respuesta.
Marina piensa volver a casa,
¿pero, como? No sabe que hacer, está en medio de la acera e ignora el camino de
regreso. Unos policías municipales pasan hacía la cafetería, Al ver el temblor
de la mujer la preguntan si le sucede algo. La respuesta es rápida, “estoy
perdida”. Abren su bolso y encuentran la
documentación personal.
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