Juan trabaja en una carbonería,
ya se que es un oficio del pasado, pero él, ha seguido la tradición familiar. El
también sabe estar fuera de época pero ha encontrado una nueva salida en los
restaurantes y en las famosas barbacoas.
Juan es una persona resentida, a
penas sonríe, no disfruta con su trabajo, ocupa su tiempo repartiendo pedidos
con su pequeña furgoneta, tod esto va marcando su carácter huraño y olvidado de
sus dos hijos, criados por su madre, cansada de vivir encima de la carbonería y
sin días para salir a hacer otras cosas, vistas en sus vecinos y amigas.
En su teléfono va recibiendo
pedidos despachados a cualquier hora del día, es como si hubiera instalado un
servicio veinticuatro horas.
Afortunadamente el carbón viene
envasado lo que evita el polvo negruzco instalado hasta entre las uñas, sin
hablar de los pulmones.
Ana, su mujer lleva las cuentas y
es quien maneja la economía familiar. Sabe del dinero guardado por si ocurre
cualquier cosa, pero también sabe del no
gastado. De ese que se guarda en una caja en uno de los antiguos huecos de
respiración del local, disimulado por una rejilla vieja y bisagras sin aceitar.
Por su cabeza ha pasado
abandonarle e ir con sus hijos, fuera de la ciudad. Pero nunca lo ha llevado a
cabo. Vive una vida que no le gusta con un hombre amargado. Hablando con una de
sus amigas se sincera con ella y le pide consejo, está se da cuenta de la
situación y recomienda dar un ultimátum. O se cambia la actitud y la forma de
ser o dejan de ser pareja.
Juan no esperaba esta reacción,
siempre ha pensado que todo esta mal, pero es un síntoma de los tiempos. No ve
razón de cambiar por ello deja.
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