jueves, 26 de mayo de 2016

LA RESIDENCÍA






Juan llega a los ochenta años, no se puede ocupar nadie de él, así que opta por ir a una residencia.
Juan tiene una cabeza lucida, comparada con los deterioros entre sus compañeros. Le enseñan la habitación y las instalaciones. Haciéndole ver, en la gran familia, que se juntaba en ese edificio, rodeado de jardín. Palabras amables que se llenan de contradicciones no verbales, a las que es muy aficionado a descubrir. Le enseñan el gimnasio, demasiado nuevo para utilizarse a diario y la parte médica, que tanta seguridad ofrece…
Le enseñan el comedor y la sala de los televisores con amplios sofás, para dormitar. Un olor característico, intentando ser disimulado por continuas aplicaciones de aerosoles, queriéndolo eliminar. Pero es tan resistente que sigue apareciendo. Juan compra unas varas de incienso para combatirlo, creando un micro espacio en su pequeña habitación, en la que no cabe nada más que un armario empotrado, una pequeña mesa una silla.  Un plato de ducha minúsculo y una taza de wáter junto a otro lavabo del mismo tamaño. Así consiguieron sacar doce habitaciones en cinco plantas más la principal y la sótano donde se alojaban las instalaciones comunes. Sesenta personas conviven hasta el fallecimiento de alguna de ellas, cosa que ocurre con demasiada frecuencia. Por ello es un edificio puente entre la vida y la muerte, el negocio está asegurado ante la gran demanda de personas que deben ser atendidas. Un buen numero de trabajadores se dan cita en tres turnos de ocho horas. Salvo el jardinero y el de mantenimiento que trabajan de ocho a cinco.
Juan se encarga de comprar flores todas las semanas y una vela siempre se queda encendida mientras él se encuentra en ella. Como hace buen tiempo sale mucho fuera pero una fractura de cadera le mantiene fijo.

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