El camino serpenteante lleva a un
alto donde se puede observar el antiguo cauce de un rio. Que hoy aparece
mermado en comparación con lo que pudo haber sido en el pasado, Los cortados
son tan anchos y perfectos que te da la sensación de tu pequeñez respecto a la
naturaleza. Solo al llegar arriba y contemplar el magnifico espectáculo descubres
una realidad que te intimida, por la relación con el medio natural. Los árboles
como cortinas te invitan a asomarte al balcón, donde el sonido del agua y el
graznar de cuervos te llevan a otro espacio, en el que descubres la plenitud de
zambullirte en todo lo que te rodea, las ramas rotas el pulular de los insectos
y sobre todo el sonido que es la banda de música, ordenante.
Los ojos quieren guardar todo lo
que ven y repiten las escenas para quedar dentro de nuestra cabeza, es curioso
como tenemos la necesidad de llevarnos la paz que allí se siente.
Hasta que consultas el reloj y
dices: esta se ha acabado. Desandas el camino, con la facilidad de ser bajada,
y se rompe el hechizo por el tiempo.
La quietud se cambia por la monotonía
del correr, es como si volvieras con la diferencia que antes te costo más
esfuerzo entrar, pero el salir es tan rápido como el que pulsa un interruptor.
La programación de nuestra mente es tan rauda.
Aceleras el paso hacía donde esta
el transporte y ya estás deseando volver otro día, con la necesidad de tener más
tiempo para no romper la puesta en escena.
La prisa mental resulta que ha
formado nuestras vidas y nos dicta los pasos, ha hacer. No significa tiempo
sino es más sentir, lo que recibes, siendo igual el reloj que marque las horas
que sean.
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