lunes, 30 de enero de 2017

LAS HOCES DEL RIO






El camino serpenteante lleva a un alto donde se puede observar el antiguo cauce de un rio. Que hoy aparece mermado en comparación con lo que pudo haber sido en el pasado, Los cortados son tan anchos y perfectos que te da la sensación de tu pequeñez respecto a la naturaleza. Solo al llegar arriba y contemplar el magnifico espectáculo descubres una realidad que te intimida, por la relación con el medio natural. Los árboles como cortinas te invitan a asomarte al balcón, donde el sonido del agua y el graznar de cuervos te llevan a otro espacio, en el que descubres la plenitud de zambullirte en todo lo que te rodea, las ramas rotas el pulular de los insectos y sobre todo el sonido que es la banda de música, ordenante.
Los ojos quieren guardar todo lo que ven y repiten las escenas para quedar dentro de nuestra cabeza, es curioso como tenemos la necesidad de llevarnos la paz que allí se siente.
Hasta que consultas el reloj y dices: esta se ha acabado. Desandas el camino, con la facilidad de ser bajada, y se rompe el hechizo por el tiempo.
La quietud se cambia por la monotonía del correr, es como si volvieras con la diferencia que antes te costo más esfuerzo entrar, pero el salir es tan rápido como el que pulsa un interruptor. La programación de nuestra mente es tan rauda.
Aceleras el paso hacía donde esta el transporte y ya estás deseando volver otro día, con la necesidad de tener más tiempo para no romper la puesta en escena.
La prisa mental resulta que ha formado nuestras vidas y nos dicta los pasos, ha hacer. No significa tiempo sino es más sentir, lo que recibes, siendo igual el reloj que marque las horas que sean.

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