Cuando Juan se levanta de su
silla se pregunta donde quiere ir. Sabe que el primer paso lo ha dado, pero
surge la duda del hacía donde encaminar sus pasos.
Juan ha estado delante de una
mesa con el tema que tiene que estudiar, pero mil cosas le vienen a su cabeza y
le crean una confusión. Ante esta situación se levanta. Va hacía la cocina y
toma un vaso de agua. Lo hace con calma, como si el agua ocupara la aridez de
su garganta y dejara un terreno fértil, aunque no tenga que comunicar nada a
nadie.
Deja su vaso y vuelve a la
habitación donde están los temas a asimilar. Su cabeza vuelve a circular en
diferentes frentes, por lo que levanta los ojos y los fija en la estantería,
llena de libros. Pero no encuentra el nivel de concentración suficiente para
seguir.
Tomá el teléfono y mira mensajes,
tampoco vale como instrumento, pues aun le dispersa más.
Mira el reloj y observa que no le
ha cundido su objetivo de comprensión, con lo cual le llega un sentimiento de
culpa de ser incapaz de lograr la lectura.
El problema surge que mañana
tiene el examen que necesita superar y los temas no están asimilados. Pero
estar en la misma postura con la dirección visual, en el mismo sitio le está
creando un estado de ansiedad. Ahora si, se levanta y va a salir a la calle. La
temperatura es baja y enfriara el vapor formado dentro de ella. En efecto el
cuerpo se contrae y se cierra entorno a
si mismo, mientras las piernas se dirigen al cercano parque. Las gotas
de agua están heladas y aun no se han deshelado. Seguramente no lo harán en
todo el día. Los charcos están congelados. Juan sigue abriendose.
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